El reloj penal no concuerda con el biológico. Estudios con imágenes cerebrales muestran que la madurez de este órgano, en muchos casos, está lejos de los 18 años, la edad que separa al menor del adulto ante un delito en países como España. Los científicos advierten que las diferencias individuales, los genes y el entorno marcan un desarrollo cerebral distinto en cada persona.
El DNI no basta para demostrar que eres mayor de edad. Aunque hayas cumplido los dieciocho años, vivas solo, acabes de aprobar el carné de conducir y puedas comprar alcohol, todavía no eres maduro. Y no porque lo digan tus padres: lo dice tu cerebro.
“La maduración cerebral es un proceso continuo”, explica a Sinc Juan Lerma, exdirector del Instituto de Neurociencias de Alicante (CSIC-UMH). Cuando nacemos ya contamos con todas las regiones cerebrales y prácticamente todas las neuronas que vamos a necesitar en nuestra vida adulta. El paso del tiempo modifica las conexiones que unen a estas células nerviosas y las refina para que la transmisión de la información sea más eficiente, en un proceso que se prolonga hasta la vejez.
Lo que diferencia a un cerebro adolescente de uno adulto son cambios muy sutiles que, según los científicos, no ocurren a los 18 años. “Esta edad la ha impuesto la cultura sin ninguna correlación neurocientífica”, subraya Lerma.
Lo que diferencia al cerebro adolescente del adulto no ocurre a los 18 años: la corteza madura en torno a los 21
Desde el punto de vista anatómico, la corteza cerebral –que recubre ambos hemisferios– termina de madurar en torno a los 21 años. En ese momento, su grosor es mínimo y el ‘cableado’ que le permite funcionar se ha refinado tanto que no existen diferencias anatómicas entre ese cerebro y otro adulto, según el neurocientífico.
Hasta 1978, la mayoría de edad en España eran los 21 años. Fuera por casualidad o por conocimiento de los legisladores, algunos investigadores ven esa edad más cercana a la madurez cerebral, aunque otros la retrasarían.
Un estudio publicado en la revista Neuron pone sobre la mesa este debate y anima a los científicos a fijar una postura común que facilite la comunicación con quienes elaboran las leyes.